En la actualidad todos podemos esconder nuestro rostro tras un face y aparentar que somos lo que en realidad solo aspiramos a ser. Pero desde antes de que este velo de virtualidad cubriera el mundo y generara los subterfugios suficientes para escondernos en la luz, ya ocupábamos subterfugios físicos para esconder nuestra verdadera naturaleza y dándonos un bañito nos engalanábamos con chapa de oro aunque después saliera el cobre.

     No es de extrañar que la palabra PERSONA signifique MÁSCARA. Ya mucho se ha hablado de la implicación de la existencia social con nuestra multiplicidad de modos de presentar nuestro YO; de igual modo, el Self que nos presentamos a nosotros mismos según la circunstancia funge como mascaras que sobredimensionan algunos rasgos de lo que en verdad somos o aspiramos a ser.

      Comparemos en algún funeral el rostro de un difunto con la foto que lo representa vivo y sonriente, mostrando el rostro que quiso darle al mundo y a la vez viendo el rostro muerto que, salvo por un poco de maquillaje, nos enseña su cara auténtica, la que a falta de vida ya no puede esconder… nos muestra su inferarostrum.

     En vez de llevar este tema hacia la idea hegeliana-baudelaireiana de la belleza artificial o la belleza natural, dejémoslo en este nivel de los rasgos de personalidad y los intentos por ocultar unas cosas y esconder otras. La imagen real de cualquiera de nosotros, nuestro inferarostrum, sería muy parecida a estos Frankenstein-collages, donde un algo nos marca la mirada mientras otro algo nos define la voz o el beso y otro algo más el tacto o el latido.

      Lorena Baker se aventura en esta serie plástica a realizar un acto donde, como los buenos artistas según Aristóteles, se nos muestra una mentira para encontrar una verdad, donde se nos presenta a base de máscaras el desenmascaramiento mismo.

​

​

​

TeMoK.